A la Luz de las enseñanzas Cabalísticas XIII: Cómo Descubrir al Maestro Interior

Descripción

Conferencia Cabalística online

13ª Charla: A la luz de las Enseñanzas Cabalísticas: Cómo descubrir al maestro interior. Abril 2015

Una nueva cita online para seguir con las tertulias cabalísticas del Maestro Interior en la Interpretación Esotérica de los Evangelios de Kabaleb. Nos encontraremos en la sala virtual el viernes 17 de Abril a las 18:00 hora española, sesión que podréis seguir en directo en la sala virtual o más tarde en diferido.

 

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A la Luz de las enseñanzas Cabalísticas:  Cómo Descubrir al Maestro Interior1

 

KabalebUna de las obras cumbres que mi padre, Kabaleb, escribió fruto de una absoluta inspiración es la Interpretación Esotérica de los Evangelios. Un tratado que analiza a lo largo de 50 lecciones las enseñanzas del profeta Jesucristo, según cuatro de sus principales discípulos, Mateos, Marcos, Lucas y Juan.

 

Kabaleb, más allá del exoterismo propio de las enseñanzas religiosas, nos dice que estas Sagradas Escrituras se dirigen al hombre del Tercer Milenio, al hombre de ese mundo nuevo y fraternal que ha de levantarse sobre los escombros de esta civilización que termina. Cristo es la puerta que conduce al Tercer Milenio. Su vida nos marcó las pautas por las que cada uno de nosotros tenemos de pasar para alcanzar ese esplendoroso Reino. Las enseñanzas esotéricas nos dicen que el Designio Divino tarda mil años en constituir la semilla; tarda otros mil en arraigar sus raíces en la tierra humana, y en los mil años siguientes, la planta aparece al exterior. Estamos en este tiempo en el cual las semillas del Amor y de la Fraternidad universal tienen que brotar y salir al exterior. En el Tercer Milenio el Amor tiene que ser una fuerza que emana al exterior, que se proclama por los tejados, no mediante vanas palabras, sino con gestos, con actitudes.

 

Estas lecciones que mi Padre empezó a difundir en los años 80 mediante fascículos sueltos entre los estudiantes de su Escuela en Barcelona, encontramos descritos no la figura histórica de Cristo, sino su sentido mítico. Cristo es una fuerza que actúa en el interior de todos nosotros. Su Sabiduría nos dice que cada hombre contiene en sí mismo toda la organización cósmica; cada hombre está en posesión de la Verdad, y que es inútil que la busque fuera, porque está dentro. Sus palabras excluyen a jerarquías o gurús porque cada ser es un dios en potencia y, por consiguiente, lleva al maestro, incorporado. Con Cristo empezó la auténtica representación en la tierra de la Obra Humana, pero hasta ahora, el hombre se ha dedicado a preparar el escenario de la función sin ser totalmente el protagonista, desde dentro y con toda su conciencia. Ahora es el momento de emerger.

 

(1) Interpretación esotérica de los evangelios, ed. Arkano Books

 

 

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Programa

CÓMO DESCUBRIR AL MAESTRO INTERIOR,   CAPÍTULO / LECCIÓN 7

 

Al final de este texto, el que seguiremos durante la conferencia, encontraréis un fichero en formato pdf por si queréis descargarlo.

 

Por la noche llevaron ante Jesús a varios endemoniados y, dice la crónica sagrada (Mateo VIII, 16), arrojó a los espíritus por la palabra y curó a todos los enfermos. En otro lugar (Lucas IV, 33-37) se nos refiere cómo sacó un demonio del cuerpo de un hombre que se había levantado contra él en la sinagoga y, a lo largo del relato bíblico, encontraremos otras referencias a los endemoniados; la más espectacular será la del tropel de endemoniados, cuyos espíritus irán a parar a una manada de cerdos que se precipitarán al mar.

 

Jesús no utilizó exorcismo alguno para sacar los demonios del cuerpo de los poseídos. Simplemente los mandaba salir por la palabra y éstos le obedecían. Era de noche, dice la crónica, porque es de noche cuando los habitantes de las tinieblas se manifiestan y son más activos. Durante el día actúan en el mundo los espíritus que trabajan en las regiones de la luz. ¿Pero qué son estas entidades llamadas demonios?

 

Son energías, egrégores residentes en las regiones inferiores del bajo Astral. Si la persona posee vibraciones altas, esa clase de parásitos no puede entrar en su organismo, pero si son personas que vuelan bajo, o si sus cuerpos se encuentran debilitados, dejan la puerta abierta para que el caos reine. Evitemos dejar abiertas las puertas de la psique. Un método eficaz para librarse de tales tendencias consiste en elevar la vibración con luz y utilizar rezos a las potencias celestiales.

 

La resurrección del hijo de la viuda de Naín (Lucas VII, 11-17) constituye uno de los episodios más misteriosos y de más hondo significado esotérico de la vida de Joshua. Puntualicemos algo que ya sabemos, que la muerte es un proceso natural que tiene su origen en el mundo de los arquetipos. Cuando esa esencia que genera la vida se agota, se produce la muerte. Algunas veces cuando una persona tiene que cumplir una elevada misión, nuevas esencias son derramadas de inmediato en su arquetipo, y así su vida se encuentra prolongada. Pero una vez agotada, la persona traspasa y no hay fuerza divina que pueda resucitarla. Pero hay casos en que esa muerte se ha producido por accidente o suicidio y la esencia arquetipal sigue fluyendo y es posible reanimarla, ya que la muerte se debe a la ruptura del vaso que la contenía y existe en el universo ese botiquín llamado Hochmah que contiene los elementos necesarios para su reparación. Pero en el caso del hijo de la viuda de Naín, debemos considerar este episodio como meramente simbólico y no real.

 

La palabra Naín, (Noun-Yod-Noun, belleza), que a su vez deriva de la palabra egipcia Naja, que significa serpiente. En los antiguos templos egipcios se conocían con tal nombre a los Iniciados a los Misterios de modo que cuando se nos dice que Jesús fue a la ciudad de Naín, debemos entender con ello que fue a la ciudad de la Belleza (Tiphereth-conciencia) y los serpientes, o sea, a la de los iniciados, que no es una ciudad física, sino una ciudadela espiritual.

 

Recordemos que Eva fue seducida por Lucifer que se presentó a ella en forma de serpiente y de esa unión nacería Caín, pero antes Jehová expulsó del paraíso a la serpiente, de modo que el niño nació sin padre y por ello recibió el sobrenombre de Hijo de la Viuda. Más tarde, Eva se juntaría con Adán y de esa unión nacería Abel, el hijo elaborado según las normas de la creación.

 

Caín y Abel representan los dos caminos que conducen a la divinidad, el primero va por la vía del cerebro produciendo la comprensión de las leyes activas en el universo; el segundo va por la vía del corazón y produce la iluminación que permite ver claro y saber sin comprender. El primer camino, el de Caín, se encuentra bajo la dirección de los luciferianos, los cuales actúan desde el cerebro y la espina dorsal, cuya forma alargada, como una serpiente, hizo que aparecieran en el relato bíblico bajo esta denominación. El segundo camino, el de Abel, se encuentra bajo la dirección de los ángeles al servicio de Cristo.

 

Esos dos caminos que ineludiblemente debemos recorrer han sido representados en forma de dos serpientes enroscadas en torno a un caduceo, símbolo de Mercurio, adoptado por los médicos. Son nueve espirales que las dos serpientes van formando al entrecruzarse, desde la cola hasta la cabeza, tienen nueve puntos de contacto y otros nueve de separación, en los que los troncos de las serpientes se encuentran enfrentados.

 

Es la representación del itinerario del alma humana en su despliegue hacia la divinidad pasando por etapas en las que la razón se enfrenta a la fe y otras en las que la fe se opone a la razón, alternando con estados intermedios de conciliación. En el relato bíblico, ese itinerario se escenificará con la historia de los hermanos enemigos, que vemos aparecer sucesivamente en el Génesis. Esos hermanos, que se combaten, se reconcilian en un momento dado para volver a separarse después; representan el antagonismo esencial del que va naciendo la conciencia.

 

Fe y razón deben alcanzar un punto en que la fusión sea permanente para que la razón aporte la suprema inteligencia de los mecanismos de la obra divina, y la fe aporte la suprema sabiduría iluminando las conquistas de la inteligencia para permitir que se eleve hasta niveles en los que, por sí misma, no puede penetrar. El Hijo de la Viuda que, como Cristo, no ha sido generado por varón, sino engendrado por el Demiurgo, por la semi-divinidad luciferiana, en un estadio final, debe ser resucitado por la fe, porque la fe es quien dispone de poderes para resucitar lo que en nosotros se encuentra en estado letárgico.

 

Por no haber comprendido el significado de esta resurrección, las escuelas esotéricas y la iglesia exotérica siguen aún combatiéndose en nuestros días y este combate conduce a la destrucción de ambas, porque si esa reconciliación final y permanente no puede ser protagonizada por las instituciones existentes, éstas deberán desaparecer para dejar paso a nuevas instituciones capaces de asumir la tarea reconciliatoria. Pero esa tarea externa sólo es importante en la medida que representa la reconciliación interna de la cabeza con el corazón del pensamiento con los sentimientos, haciendo que ambos marchen unidos en la edificación de nuestra obra humana.

 

Así pues, la resurrección del hijo de la viuda constituye uno de los puntos claves de la obra de Cristo. Después de restablecer la salud de los enfermos, no mediante ritos ni exorcismos, sino con su sola presencia; es decir, después de haber establecido en nuestro interior la correcta dinámica de las fuerzas que propulsan nuestro organismo -puesto que esos múltiples enfermos son también símbolo de las múltiples perturbaciones actuantes en nuestra entidad física-, después de haber arrojado de nosotros todos los demonios que manipulaban nuestros órganos, Cristo resucita la Razón, el Entendimiento, la Comprensión. Resucita todo lo que tuvo que morir para que la fe pudiera ocupar todo nuestro espacio humano y manifestarse con la fuerza necesaria como para ser redentora.

 

Cuando la limpieza general ha tenido lugar, el corazón debe compartir su reino con el cerebro, debe resucitar al hermano muerto, que esta vez no es Abel, sino Caín. Nos dice Lucas en su relato que la resurrección del hijo de la viuda tuvo lugar el día siguiente de haber bajado de la montaña en que pronunciara su célebre sermón ante sus discípulos, o sea, antes de iniciar realmente su obra, en los preliminares. Cristo incorporó a la vida, a su vida y a su obra, al hijo de la viuda, de modo que su enseñanza iría dirigida a la cabeza y al corazón, uniendo en un abrazo fraternal al hijo del agua y al hijo del fuego, o sea, a los elementos enemigos, sin cuya cooperación el proceso creativo no puede prosperar.

 

Nos dice la crónica sagrada que esa resurrección fue llevada a cabo en presencia de todos sus discípulos y de una multitud. Esto significa que el hijo de la viuda resucitó en sus discípulos y en muchos más seguidores de Cristo. O sea, que a quienes siguen la vida interior, la enseñanza les lleva a la resurrección del hijo de la viuda, es decir, ha de llevarlos a comprender las leyes del universo y a conocer a fondo su dinámica.

 

Es muy importante retener esta parte de la Enseñanza, precisamente porque, como decíamos no ha sido retenida por el cristianismo sociológico en su despliegue histórico, ni por los exotéricos ni por los esotéricos, y así vemos enseñanzas pretendidamente esotéricas que excluyen toda referencia a la fe y, por otra parte tenemos obras insignes de místicos pretendidamente cristianos que lo basan todo en la fe, rechazando y aún combatiendo una razón en la que ven al gran enemigo. La fe sin razón ha conducido al abandono de los valores morales, que expresan a nivel de conducta las leyes eternas, porque la fe no ha sabido explicarlos. Y la razón sin la fe, sin esa parte de sabiduría-amor adscrito a ella, ha conducido a la edificación de un mundo pretendidamente utilitario y que sólo se sostiene a corto plazo, porque nada puede subsistir por mucho tiempo en el universo si no lleva dentro una buena dosis de fuerza creadora, de esa materia prima que en términos filosóficos se conoce con el nombre de sabiduría-amor, elaborada por ese centro de vida llamado Hochmah.

 

Así pues, Cristo iniciaría su obra redentora con el hijo de la viuda, dando una enseñanza exotérica y esotérica a la vez, y muchas veces diría «quien tenga oídos, que oiga» y «quien pueda comprender, comprenda», indicando con ello que de sus palabras se desprendía otro significado más allá del aparente, un significado oculto que era preciso sacar a la luz. Sin embargo, en el desarrollo histórico de su doctrina, las dos enseñanzas se dividirían y se enfrentarían, tomando Christian Rosenkreutz la dirección de la escuela esotérica, y el propio Jesús -no Cristo sino Jesús- dirigiría las iglesias exotéricas. Así lo exigía la necesidad de antagonismo que tienen aún los hombres; pero ahora cuando la humanidad va llegando a la cabeza de las dos serpientes enroscadas, el Hijo de la Viuda y Jesús trabajan de nuevo al unísono y de esa colaboración nacerá la Iglesia Unitaria, en cuyo establecimiento nosotros estamos trabajando, y en la enseñanza dispensada por esa Iglesia, los hombres adquirirán el Conocimiento de las Leyes del mundo y encontrarán la Sabiduría que Cristo vino a suministrarnos, los hombres habrán cesado de luchar contra la estructura universal.

 

Dice la crónica (Lucas VII, 16-22) que después de haber realizado ese prodigio, el renombre de Jesús se extendió por toda Judea y países limítrofes. Juan habiendo sido informado de esas cosas por sus discípulos, envió dos de los suyos a preguntarle. «¿Eres tú el que debe venir o debemos esperar a otro?» A este interrogante Jesús respondió con la curación de varios enfermos, la devolución de la vista a unos ciegos y la expulsión de demonios, respondiendo a los mensajeros de Juan. «Id a decirle a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos, ven; los cojos, andan; los leprosos, son purificados; lo sordos, oyen; los muertos, resucitan y la buena nueva es anunciada a los pobres».

 

Juan era el último eslabón de un Camino, de una Columna, y Jesús el iniciador de otro Camino, el que, por la Fe, conduce al Padre. Siendo ambos muy próximos -eran parientes- Juan no sabía si Jesús era o no el que él anunciaba, porque el presente ignora el porvenir que sin embargo anuncia. Cuando ese porvenir se establece, el presente muere, y así ocurrió con Juan, cuando sus discípulos le confirmaron que Jesús era el esperado.

 

Jesús da como prueba de que él era el que Juan esperaba, la curación de los enfermos y ésta es la prueba, permanentemente válida, para nosotros y las generaciones que nos sigan. Es decir: habremos alcanzado el nivel crístico, habrá nacido en nosotros y se habrá desarrollado el niño inmaculado cuando consigamos llevar una multitud a la enseñanza de la ciencia del Amor y cuando esa multitud se vea restablecida de sus males. Pero recordemos que el sanador es el intermediario entre la fuente curativa y el paciente, mientras que al acceder a la personalidad crística, uno mismo se convierte en Fuente y realizamos las funciones de Hochmah por ser Hochmah nosotros mismos.

 

Antes de despedir a los discípulos de Juan, Jesús pronuncia una frase enigmática. Dice: «¡Bienaventurados aquellos para los cuales no seré una ocasión de caída!» ¿Qué quiso decir?

 

En los primeros tiempos del cristianismo muchos fueron los que «cayeron» por Cristo, y ahora se los venera como santos. Sufrir martirio por Cristo ha sido considerado por la Iglesia como una prueba de cristiandad y un merecimiento de gloria eterna, y, sin embargo, Cristo llama bienaventurados a los que no «caen» por él. ¿Cómo puede entenderse esto?

 

En el capítulo de las bienaventuranzas vimos que Jesús incluía a los perseguidos por la justicia y por su propia causa, y aquí parece que los bienaventurados son los que no «caen» por él. La aparente contradicción queda aclarada si consideramos el itinerario humano antes de entrar en el reino y después de haber entrado en él. Antes, tenemos al rey Herodes permanentemente movilizado para matar al nuevo rey que ha de derrocarlo. Cuando llamaba bienaventurados a los perseguidos, se refería a los que se encuentran en los últimos lazos de la montaña del mundo material, como ese propio Juan, ante cuyos discípulos hablaba. Son bienaventurados porque se encuentran en las proximidades del reino. Pero si ya han penetrado en él, si ya han llegado al dominio de la eterna luz, ya no han de sufrir caída alguna: todos los peligros han sido sorteados y el peregrinaje y los avatares humanos han terminado.

 

Si Cristo representa una ocasión de caída para un ser que se reclama de su nombre, es que no ha llegado aún a ser lo que aspira a ser y se encuentra en el universo inseguro en el que cada causa conlleva su inevitable efecto. Cuando hayamos llegado al Paraíso, cuyas puertas vino Cristo a abrirnos, también como él «bajaremos» voluntariamente para dar a nuestros hermanos la vida sensorial impresa en nuestra sangre. Pero ese acto de amor será voluntario y nada ni nadie nos lo exigirá.   Cristo vino a morir por los hombres, a fin de que con su sacrificio pudiéramos acceder al reino de la felicidad, pero Cristo no exige en ningún momento que nosotros muramos por él. Si lo hacemos, es señal de que todavía no hemos alcanzado su reino.

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